LA OBJETIVIDAD DE LA
HISTORIA
Imaginemos
que nuestra vida sea contada, no por nuestra voz, sino por ajenas a la nuestra.
En el mejor de los casos podrá contener una buena parte de similitud con la realidad,
pero que pasaría si nuestra historia es contada con datos erróneos, y peor aun,
con hechos que oculten nuestro éxito y con otros que desprestigien nuestra
vida. Por mi parte sentiría indignación absoluta y un afán por querer modificar
lo que equivocadamente se dijo de mí.
En términos macro, sucede lo mismo cuando se
describe la historia de un pueblo, cultura, nación o sociedad, puesto que
existe una irresponsabilidad de aquellos que intentan explicar el desarrollo
histórico de dicha sociedad.
La historiografía tiene un serio problema a la hora
de su interpretación: “falta de objetividad”.
La objetividad es hacer o decir todo aquello que
sea concordante con la realidad. El desarrollo histórico se ha dado y viene
dando día a día; es justamente en ese contexto, del desarrollo histórico de las
sociedades, donde el historiador debe aplicar de manera contundente la
objetividad, que por esencia le pertenece, o al menos eso quiero creer.
Si bien es cierto el espacio-tiempo y contexto en el que se desenvolvieron las sociedades,
hace que en nuestros días su interpretación histórica sea compleja de
desentrañar; sin embargo eso no quiere decir que podamos justificarnos, hacer y
escribir lo que se nos venga en gana, ya sea
motivados por intereses partidistas (como lo menciona Jesús Chumpitazi Yáñez) o por la carencia de aptitud académica,
y hacer con el proceso histórico una
subjetividad y distorsión de los hechos.
El historiador no hace la historia, es simplemente
el moderador entre la sociedad y su pasado, por tal motivo tiene que contar con
una solida convicción de hacer lo correcto. El historiador es juez y jurado, en
la cual tiene que dar un fallo, contando para ello con una total objetividad,
puesto que con ello hará entender a la
sociedad lo ocurrido realmente.
Paul Ricoeur menciona: “la historia quiere ser
objetiva y no puede serlo”. Es una idea
que no comparto, debido a que considero que la historia ha sido y será
objetiva, el punto de análisis es si sus intérpretes, en este caso los
historiadores, son lo realmente objetivos para dar una perfecta cohesión con el
estudio histórico.
Enfocarnos con objetividad al estudio histórico es
tener, como lo dice Max Weber, “neutralidad valorativa”. Con ello quiere decir
que nuestro enfoque debe ser contundentemente fuera de prejuicios, apartado de
nuestro sentimiento personal, que debe ser expuesto tal y como se logra captar
de la realidad y si se añade una acotación personal, aclararlo.
Tomando como realidad geográfica solo al Perú,
podemos encontrar en ella muchos casos de como la objetividad científica brilla
por su ausencia, pero abordando al campo histórico podemos hacer mención de un caso en particular que me llama mucho la atención.
Pablo Macera, en lo académico fue uno de los historiadores mas prometedores
desde los años sesenta en adelante, fue el puente entre la generación de Raúl
Porras Barrenechea y Jorge Basadre; sin embargo en el plano político, Macera no
había ocupado cargo alguno hasta que fue elegido parlamentario para el periodo
2000-2001 como parte del tercer
fujimorismo, luego de una polémica e ilegal re-reelección de Alberto Fujimori.
En entrevista que le hizo la revista Caretas, Pablo Macera dijo lo siguiente: “Nunca he tenido la oportunidad de hacer.
He sido sometido a un deliberado y sistemático proceso de exclusión desde la
Derecha o la Izquierda. Para hacer hay que poder hacer, es decir tener poder.”
Está claro, con esta postura Macera se
justifica y afirma abiertamente su posición partidista; sin embargo ello no
quita su gran lucidez académica y lo que significa Pablo macera en el terreno
de la historiografía del Perú.
El historiador tiene un gran poder, y no necesita
refugiarse en un sector específico para adquirir ese poder. El poder está en la
objetividad y dirección que le da a sus investigaciones. Desde su trinchera
académica puede influir notoriamente en el plano político, económico y social,
por lo tanto queda como tarea moral y académica encontrar la objetividad
científica en cada historiador para así poder servir de integro a la sociedad.
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