jueves, 17 de enero de 2013

LA OBJETIVIDAD DE LA HISTORIA


                     LA OBJETIVIDAD DE LA HISTORIA


     Imaginemos que nuestra vida sea contada, no por nuestra voz, sino por ajenas a la nuestra. En el mejor de los casos podrá contener una buena parte de similitud con la realidad, pero que pasaría si nuestra historia es contada con datos erróneos, y peor aun, con hechos que oculten nuestro éxito y con otros que desprestigien nuestra vida. Por mi parte sentiría indignación absoluta y un afán por querer modificar lo que equivocadamente se dijo de mí.
En términos macro, sucede lo mismo cuando se describe la historia de un pueblo, cultura, nación o sociedad, puesto que existe una irresponsabilidad de aquellos que intentan explicar el desarrollo histórico de dicha sociedad.
La historiografía tiene un serio problema a la hora de su interpretación: “falta de objetividad”.
La objetividad es hacer o decir todo aquello que sea concordante con la realidad. El desarrollo histórico se ha dado y viene dando día a día; es justamente en ese contexto, del desarrollo histórico de las sociedades, donde el historiador debe aplicar de manera contundente la objetividad, que por esencia le pertenece, o al menos eso quiero creer.
Si bien es cierto el espacio-tiempo y contexto  en el que se desenvolvieron las sociedades, hace que en nuestros días su interpretación histórica sea compleja de desentrañar; sin embargo eso no quiere decir que podamos justificarnos, hacer y escribir lo que se nos venga en gana, ya sea  motivados por intereses partidistas (como lo menciona Jesús Chumpitazi  Yáñez) o por la carencia de aptitud académica,  y hacer con el proceso histórico una subjetividad y distorsión de los hechos.
El historiador no hace la historia, es simplemente el moderador entre la sociedad y su pasado, por tal motivo tiene que contar con una solida convicción de hacer lo correcto. El historiador es juez y jurado, en la cual tiene que dar un fallo, contando para ello con una total objetividad, puesto que con ello hará entender a  la sociedad lo ocurrido realmente.
Paul Ricoeur menciona: “la historia quiere ser objetiva y no puede serlo”.  Es una idea que no comparto, debido a que considero que la historia ha sido y será objetiva, el punto de análisis es si sus intérpretes, en este caso los historiadores, son lo realmente objetivos para dar una perfecta cohesión con el estudio histórico.
Enfocarnos con objetividad al estudio histórico es tener, como lo dice Max Weber, “neutralidad valorativa”. Con ello quiere decir que nuestro enfoque debe ser contundentemente fuera de prejuicios, apartado de nuestro sentimiento personal, que debe ser expuesto tal y como se logra captar de la realidad y si se añade una acotación personal,  aclararlo.
Tomando como realidad geográfica solo al Perú, podemos encontrar en ella muchos casos de como la objetividad científica brilla por su ausencia, pero abordando al campo histórico podemos hacer mención  de un caso en particular que  me llama mucho la atención.
Pablo Macera, en lo académico  fue uno de los historiadores mas prometedores desde los años sesenta en adelante, fue el puente entre la generación de Raúl Porras Barrenechea y Jorge Basadre; sin embargo en el plano político, Macera no había ocupado cargo alguno hasta que fue elegido parlamentario para el periodo 2000-2001 como parte del  tercer fujimorismo, luego de una polémica e ilegal re-reelección de Alberto Fujimori. En entrevista que le hizo la revista Caretas, Pablo Macera dijo lo siguiente: “Nunca he tenido la oportunidad de hacer. He sido sometido a un deliberado y sistemático proceso de exclusión desde la Derecha o la Izquierda. Para hacer hay que poder hacer, es decir tener poder.” Está claro, con esta  postura Macera se justifica y afirma abiertamente su posición partidista; sin embargo ello no quita su gran lucidez académica y lo que significa Pablo macera en el terreno de la historiografía del Perú.
El historiador tiene un gran poder, y no necesita refugiarse en un sector específico para adquirir ese poder. El poder está en la objetividad y dirección que le da a sus investigaciones. Desde su trinchera académica puede influir notoriamente en el plano político, económico y social, por lo tanto queda como tarea moral y académica encontrar la objetividad científica en cada historiador para así poder servir de integro a la sociedad.